La inacabada revolución griega

Alexis 2

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Ya son pasadas las ocho de la tarde y siento como si mis pies se estuvieran cocinando lentamente dentro de mis pesadas botas de cuero. Hay que reconocerlo, no es la mejor elección de calzado estando a 36 grados. Me arrastro lentamente hacia arriba por la calle Tsakalof, que conduce del barrio chic de Kolonaiki, sede del Gobierno, por las colinas de Atenas y que primero sube y luego baja hasta el moderno barrio de Exarchia, con sus desgastados bares anarquistas. Y mientras me arrastro colina arriba, sumido en mis pensamientos, de repente diviso un libro en un escaparate, algo por encima del nivel de la acera: Homenaje a Cataluña, de George Orwell. Un homenaje, pero también una despedida a una revolución que se falló a sí misma. Durante días he estado pensando en otro pasaje de otro gran relato político de George Orwell: “Los gobiernos de izquierdas casi invariablemente decepcionan a sus seguidores”. Era esta una sombría observación para Orwell y no estaba acusando a nadie de nada, ante todo no a los gobiernos. Si acaso, estaba aludiendo a las expectativas poco realistas e intransigentes ideas de los seguidores que creen que se puede andar por el camino recto, que se puede progresar en el mundo real, sin tener que comprometerse ni tener que aceptar medias tintas o maniobras evasivas por parte del primer ministro o sus camaradas de los ministerios.

“Los gobiernos de izquierdas casi invariablemente decepcionan a sus seguidores”. Ahora el Gobierno de Syriza también ha decepcionado, incluso conmocionado a sus partidarios. En cierto sentido, un partido y también una nación están despidiéndose de la esperanza. Pero hace tan solo cinco meses Grecia estaba siendo arrollada por una sensación única de oportunidad. La sensación de que todo podía ser distinto, de que gente joven, moderna, estaba llegando al gobierno, de que las ventanas estaban abiertas e iba a entrar aire fresco. La razón es que Syriza y Alexis Tsipras no encendieron la esperanza solo en los corazones de la gente de izquierdas y de sus militantes; también dieron esperanza a los jóvenes liberales. La gente ya hablaba de la “Primavera griega”. El primer ministro tenía, y aún tiene, índices de aprobación de hasta el 70%. Con lo cual parecía un poco como si, aunque el país estuviera al borde del abismo, pudiera también haber un futuro.

Fueron dos los golpes que acabaron con esta nueva esperanza. Primero la reacción brutal de los socios europeos ante el anuncio del referéndum a finales de junio. El Banco Central Europeo congeló su financiación a los bancos griegos. Los bancos tuvieron que cerrar, se impusieron controles de capital y se limitó a 60 euros al día lo que cada griego podría retirar de los cajeros automáticos. Todos los pagos desde y hacia el extranjero también se detuvieron. Toda la economía griega se paralizó bruscamente, como si se hubiese congelado de un momento a otro. Como un periodo postraumático. Y el segundo revés fue el dictado brutal de Bruselas, el tercer programa de rescate, con condiciones que Alexis Tsipras tuvo que aceptar en su totalidad tras una noche de forcejeo.

Desde entonces ha habido jaleo en su partido. Si alguna vez hubo algo como una revolución en Grecia, es ahora una revolución inacabada. Una revolución pendiente para un país inquieto. Hay en su partido disidentes con los que ahora tiene que luchar, un ala de izquierdas que rehúsa seguir al primer ministro [Encabezados por el que fuera ministro de Energía del Ejecutivo de Tsipras, Panagiotis Lafazanis, 25 diputados de Syriza formaron un nuevo partido Laiki Enotita (Unidad Popular) a finales de agosto]. El partido está dividido y es la misma división que está escindiendo el país. Todo el mundo comprende por qué el primer ministro tuvo que aceptar, incluso aquellos que le critican por ello.

Todos también entienden por qué sus críticos decían “no” al programa, incluidos los que, tras cierta consideración, dirían sí. Todo el mundo entiende que no tendría ningún sentido que el primer ministro heroicamente dimitiese, incluidos los mismos que están dimitiendo. Tal vez es simplemente una característica de la incertidumbre, ya no solo que te permites pensar que el adversario es racional, sino también el preguntarte en secreto si no tomaron la decisión correcta después de todo.

Miércoles tarde, Plaza Syntagma. Pequeños empresarios están manifestándose frente al Parlamento contra la subida del IVA a un 23%. Pegados a ellos, hay radicales de izquierdas dispersos, ondeando símbolos de OXI (No en griego) a Alexis Tsipras. Hay policía antidisturbios rondando en el calor de la tarde y helicópteros dando vueltas sobre la zona. Es extraño y gracioso ver a dueños de pequeñas empresas, comerciantes y dueños de bares manifestándose al lado de entusiastas radicales de izquierdas. Es como si gente de la Cámara de Comercio de Viena se manifestase junto a chicos del Kirchweger-Haus (una famosa comunidad anarquista austriaca). Dentro del Parlamento, la sesión que se supone ha de decidir sobre la segunda ola de medidas de austeridad, incluyendo reformas a la ley de comercio, nuevas leyes bancarias, reducciones a las pensiones y subidas de impuestos, justo acaba de arrancar [La cámara finalmente las aprobó con los votos de la oposición. En total, 229 votos a favor de los 300 diputados de la cámara. Se opusieron, entre otros, 32 miembros de la bancada de Syriza]. Todas ellas tendrán un enorme peso sobre el ciudadano normal. Si no puedes pagar la hipoteca de tu piso, serás desahuciado más rápido y aquella gente que tenga más de 100.000 euros en el banco podría pronto perder parte de sus ahorros si es necesario recapitalizar los bancos. Los partidarios más leales a Tsipras llevan luchando todo el día para conseguir que una mayoría de Syriza vote Sí.

Sin los votos de partidos de la oposición como Pasok, Nueva Democracia o To Potami (El Río), Tsipras no podría pasar las leyes por el Parlamento, pero al menos 120 miembros de su partido tendrían que estar de acuerdo, o al menos ese era el plan de la jefatura del partido. De algún modo el partido aún se mantiene unido, pero son los pequeños detalles los que muestran cómo la tensión va subiendo. Se puede oír a la gente en torno a Tsipras diciendo que una escisión en el partido es probablemente inevitable si “en el largo plazo se siguen dos estrategias diferentes”. El mismo Tsipras ha sido citado en filtraciones a varios periódicos pidiendo a cualquiera que quiera Grexit o quiera pagar a los pensionistas con una moneda virtual paralela o sustituto de dinero que “por favor den un paso adelante y le cuenten todo sobre ello a la gente” (con lo que quiere decir: ¡buena suerte!). Pero la izquierda se ha estado quejando más y más de que, “si decimos que el programa de austeridad y la sumisión son la única opción que tenemos, entonces estaremos dándole nuestra espalda a la gente que ha luchado por nosotros”, y la izquierda ya no tiene miedo a quejarse, específicamente, y a menudo, del primer ministro.

“Y pues, ¿ha dejado ya atrás la rutina diaria?”, le pregunto a Yanis Varoufakis, medio en broma. “No, aún tengo cuatro citas por hora, pero al menos puedo dormir por las noches”, me contesta riendo. Varoufakis es todavía miembro del Parlamento y solicitado por toda Europa. De alguna manera conseguimos estrujar una corta charla en su agenda. Dimitió como ministro de Finanzas inmediatamente tras el referéndum y ahora dice firmemente “No” al programa de rescate.

“Una crisis económica conduce a la inestabilidad en el sistema político, y habitualmente no en la dirección que uno llamaría progresista”, dice Varoufakis. “En estos cinco años, sin embargo, Syriza ha conseguido convertir ese peligro en una fuerza creativa, progresista. Pero ahora que Syriza ha sido humillada, siendo obligada a aceptar un acuerdo que no puede funcionar, nos enfrentamos a la imposible tarea de continuar siendo una fuerza progresista y creativa y, al mismo tiempo, implementar estas medidas que detendrán la economía.”
— Entonces, ¿qué es lo siguiente? ¿Se puede hacer o es del todo imposible?
— Espero equivocarme. Pero no creo que nada progresista pueda resultar de la situación que tenemos ahora mismo con este programa. Es como si este programa estuviera especialmente diseñado para sabotear cualquier opción de recuperación.

Da la impresión de que cada paso tomado en Grecia a día de hoy es como un paso en una cuerda de equilibrista. Un primer ministro que debe implementar un memorándum en el que no cree, con una oposición parlamentaria que por vez primera ha formado una alianza con el primer ministro que cruza las lineas de partidos –lo cual por sí solo es sensacional en la tradición política griega, que no es precisamente conocida por su política colaborativa–, una alianza que incluye rivales dentro de su propio partido, pero que no quieren socavar su éxito. Todo esto es de algún modo comprensible, pero también extrañamente alocado.
“¿Entonces qué es usted ahora exactamente?”, le pregunto a Varoufakis. “¿La oposición, un aliado disidente de Tsipras, o qué?”.

“Quiero tener un rol unificador. Debemos mantenernos juntos, lo mismo si es duro que si no estamos de acuerdo. Hemos sido empujados a una esquina y eso es una vergüenza para Europa, no una vergüenza para nosotros. Europa tiene unas preguntas difíciles que contestar, preguntas sobre la historia de Europa que deberán ser respondidas en el futuro. Debemos permanecer juntos, para mantener viva la esperanza. Y debemos darnos cuenta de que no hay buenas decisiones en esta situación. En momentos como este, cada decisión es correcta e incorrecta al mismo tiempo. El primer ministro está en lo correcto queriendo quedarse en el poder y seguir luchando, pero, por otra parte, yo estaba en lo correcto decidiendo renunciar. Yo no soy más ‚revolucionario‘ ni estoy ‚más a la izquierda‘ que Tsipras, y no creo que Tsipras sea más ‚responsable‘ que yo. Cada lado debe respetar eso.”

¿Y qué papel quiere desempeñar en el futuro? ¿Quizá hasta el de un portavoz, uno que pueda ahora hablar más libremente, viajar por Europa forjando alianzas y trayendo el cambio que obviamente ha sido dejado de lado en el transcurso de los últimos cinco meses?

“Me encantaría desempeñar ese papel. Estoy listo para no dejar ninguna piedra sin remover en la búsqueda de alianzas. Necesitamos una alianza paneuropea para la democratización de Europa y el fin de una política macroeconómica que nos está refrenando a todos, es dañina, es un obstáculo y está desperdiciando oportunidades económicas en el Norte y el Sur de Europa“.

Varoufakis es aún una estrella en Grecia. No solo por su indudable aura de chic radical, sino también porque es un comunicador brillante que puede destilar los objetivos a corto y largo plazo de la política progresista en argumentos convincentes. Esta habilidad es, por supuesto, un producto de agudeza intelectual y claridad combinadas con una gran seguridad en sí mismo, pero con un reverso que sin duda incluye la incapacidad de ser flexible, la incapacidad de ser un poco oportunista en arrimarte a la realidad, si percibes que no todo está saliendo a tu manera. Tsipras debe estar contento de librarse de él y tener ahora a un personaje más pragmático, como Euclid Tsakalotos, en ese rol vital, pero debe al mismo tiempo echar de menos a Varoufakis como comunicador intelectual.

“Tsipras realmente se ha convertido en un estadista en las últimas dos semanas”, dice Christos Katsoulis. Estamos sentados en una calle adyacente a la Plaza Exarchia y zampándonos unas anchoas. Katsoulis es comprensivo y crítico con Syriza, pero no excesivamente partidista y mantiene un ojo avizor a los eventos a causa de su trabajo. Es el gerente de la oficina en Atenas de la Fundación Friedrich Ebert, una fundación política alemana asociada al Partido Socialdemócrata de Alemania. Tsipras domina el escenario y nadie se atreve tan siquiera a levantar una zapatilla en su contra. Pero Tsipras ha venido manteniendo una línea consistente desde la noche aquella del dictado de Bruselas cuando, en la gris madrugada, finalmente aceptó el programa de austeridad. A menudo habla con la gente y no les cuenta palabrerías. Dice que solo firmó el programa porque la alternativa habría sido un desastre. Pero no dice que lo rechace completamente. “Él hace una clara división entre lo que es solo ahorro y recortes y que estrangulará aún más la economía y lo que podría llamarse una modernización y reformas necesarias”, según Katsoulis. Tsipras se ha apropiado de esta parte de las decisiones presentes y futuras. Incluidos también elementos de la reforma de las pensiones, y dice cosas que no son bienvenidas por viejos socialistas, como “No creo que sea una política progresista enviar a alguien a la jubilación a los 45 o 50”. Subir la edad de jubilación, que conllevará ahorro en el presupuesto para las pensiones, no es automáticamente un ataque a objetivos progresistas, siempre que haya buenos empleos para la gente.

¿Pero exactamente qué camino está recorriendo Tsipras estos días? ¿Es alguien que básicamente se ve a sí mismo como un guerrero de la resistencia ante las ideas neoliberales dominantes, y que ha sido forzado a capitular? ¿Se convertirá ahora en un progresista pragmático, como Bruno Kreisky, un político de izquierdas que acepta lo que es realmente posible, no estando sujeto a ello, sino moviéndose gradualmente hacia lo posible a través de un proceso reformista a largo plazo? ¿O está destinado a compartir la misma suerte que Blair, el rol de un modernizador que acabó siendo un felpudo para las élites gobernantes?
Todavía no lo sabemos a ciencia cierta y esto también lo hace difícil de predecir. Tsipras tiene algo de esfinge. ¿Es acaso un genio camaleónico aferrándose al poder? O es de hecho alguien que rehuye las decisiones, que no sabe quién ha de ser como primer ministro. ¿Debería liderar la oposición al “sistema” o practicar Realpolitik?

“Emerge un Tsipras popular y pragmático”, decía The New York Times a principios de este agosto. Da una imagen de un político de izquierdas bastante único, que puede hablar simultáneamente en el idioma reformista y en el de la justicia social. Tan único que ahora mismo no tiene rival en la política griega. Pero ha recorrido un largo camino hasta llegar a este punto, “todavía no lleva corbata, pero se ha encaminado bastante hacia el mainstream”, según el influyente diario norteamericano. La gente que ha trabajado con él durante mucho tiempo a menudo niega que se haya movido hacia el mainstream, pero al final no están realmente seguros.

“Desplegando unas habilidades de comunicación sin par, el telegénico Tsipras ha permitido que Syriza hable por todo un sector de la sociedad que durante décadas fue perseguido y acosado por la gobernanza autoritaria de la derecha”, escribió una vez The Guardian sobre el primer ministro.

Deben entender la posición única en la que se encuentra Tsipras. Se arriesgó con un referéndum, fue castigado con un completo parón de la economía, y tuvo que aceptar una derrota humillante en Bruselas que probablemente hubiese significado el fin para cualquier otro. Pero no para Tsipras, a quien los griegos aún ven bondadosamente, “luchando como un león”. En la superficie esto puede resultar un orden absurdo: un 60% de los griegos votó por oxi (no), y en consecuencia en contra de otro programa de austeridad. Sin embargo, un 70% también es de la opinión de que Tsipras hizo lo correcto aceptando un paquete que era, en algunos puntos, peor que el que ellos habían rechazado, y que a su vez, el 70% de griegos piensa hoy que es una equivocación. A pesar de –o a consecuencia de– su acuerdo, que todo el mundo considera correcto, de un programa, que todo el mundo considera equivocado, tiene un índice de aprobación del 70%. Es como una ilusión óptica que, en función del ángulo desde el que se mire, tiene números que parecen una completa locura y un instante después parece intuitivo y plausible.

Lo mismo sucede con la percepción de que Tsipras ha pasado por una serie de cambios de rumbo en las últimas semanas. Naturalmente, podría haber acatado el dictado de Bruselas un mes antes, y haberse ahorrado el referéndum y su larga noche, sin mencionar la fuerte presión económica. Pero fue este, si lo quieren, escenario simbólico en el que no capituló prematuramente, sino que luchó hasta el amargo final, el que le fue necesario para ser capaz de dar media vuelta sin perder ninguna credibilidad política, igual que fue solo su fracaso transitorio lo que dio pie a la pírrica victoria de los poderes europeos que abogaban por la austeridad. El chantaje brutal con las amenazas más extremas y Schäuble imponiendo su autoridad ha llevado a una repentina fractura dentro de Europa que la facción pro-austeridad no tendrá fácil sanar, el relativo aislamiento de Grecia se ha convertido en un relativo aislamiento de la poderosa Alemania. De esta manera Tsipras ha convertido una derrota económica en una victoria política temporal, un ligero movimiento en el frente de la guerra de trincheras por la dominación de Europa.

El precio, por supuesto, fue alto. Esta última semana ha sido un tiempo en el que el país ha comenzado a recuperarse de manera titubeante de la conmoción de las semanas previas. Me paseo en Exarcheia a través de calles concurridas, bajo soportales, palmeras y ramas, mientras soplan en mi rostro flores de adelfa. En la calle Klisovis, me encuentro con Maria Calafatis y Stavros Messinis, dos de las estrellas de la próspera escena de startups. Maria está sentada afuera del Cubo bebiendo un café freddo. El Cubo es un espacio de coworking de seis plantas donde hay dos docenas de startups. La mayoría son compañías de tecnología y hay varias que operan en el sector turístico.

“No puedes pagar las facturas, y no puedes pagar a tus empleados”, dice Maria Calafatis. “Puedes sobrevivir así durante dos o tres semanas, pero ¿cómo se supone que continuarán las cosas después?”. Ahora, al menos los bancos vuelven a estar abiertos. Pero los controles de capital siguen en vigor y eso no va a cambiar pronto. Si deseas enviar dinero al extranjero tienes que pasar por un largo procedimiento. Las compañías han de enviar una solicitud para que se les conceda una cita para la aprobación de una transacción bancaria, aunque sea para pagar facturas muy pequeñas. Cualquiera que desee importar algún género, ya sea productos para supermercados o materias primas para fábricas, tiene que añadir su nombre a una larga lista de espera y dejar pasar un par de semanas esperando que al final llegará a la posición más alta. Como los bancos aún no tienen ninguna liquidez, no hay casi ninguna posibilidad de realizar transferencias de sumas importantes. “Ni siquiera podemos pedir servidores”, dice Dimitri, que trabaja para una empresa de tecnología británica realizando un encargo para British Telecom.

La economía griega ha permanecido casi del todo congelada desde hace ya tres semanas. No se debe solo a que la gente apenas puede disponer de efectivo — incluso aquellos con un colchón lleno de billetes no están gastando–. En las semanas de controles de capital el efectivo se ha convertido en un bien escaso, hasta para los que no son pobres, y la gente lo está atesorando. Y, encima de todo esto, el plan decidido en la cumbre de la UE pide una subida del IVA. La mayoría de los bienes, el café en las cafeterías, la comida en los restaurantes, la mayoría de las necesidades básicas diarias, todo ello ha de ser incrementado al nuevo tipo del 23%. Y esto se suma a nuevas medidas de austeridad.

La economía, en shock por los controles de capital y una demanda reducida combinada con impuestos más altos –no exactamente un plan que garantice el éxito de los estrategas que el Eurogrupo quería. Casi parece una broma de mal gusto que a las tiendas se les permita abrir ahora los domingos–, una fantasía diabólica el que la economía pueda recuperarse si los griegos pueden gastar más dinero del que no tienen también los domingos.

“La peor consecuencia es el efecto que ha tenido en el consumidor”, dice el pequeño empresario Giorgios Goniadis. “Los pedidos a través de mi tienda online, por ejemplo, han caído entre un 60 y un 70%“. Y el IVA, el coste de la seguridad social y el impuesto sobre la renta están subiendo al mismo tiempo. “De veinte euros de ingresos, diez van para el gobierno”, dice Goniadis, que justo acaba de lograr que su negocio despegue. No puede entender por qué la troika del FMI, el BCE y la Comisión Europea está imponiendo un programa de austeridad que está ahogando a los negocios.

A pesar de todo esto, tampoco podemos decir que Maria Calafatis y su socio Stavros Messinis sean de esa clase de personas a las que uno puede disuadir fácilmente. Hace siete años, abrieron su primer espacio de coworking que pronto reventaba por las costuras, y ahora ocupa por completo el edificio de oficinas en la calle Kislovis. Pero hace mucho que la empresa dejó atrás los días de juntar de cualquier manera soluciones tecnológicas. Por eso en la planta superior se encuentra la empresa de capital riesgo del economista Aristos Doxiadis, Openfund, que trae inversiones de capital extranjero a la joven escena startup. La red incluye abogados y notarios, que facilitan el camino para nuevas empresas de ultramar a través del bosque burocrático.

“La crisis no es solo algo malo”, dice Maria Calafatis con el entusiasmo que es típico de la comunidad de startups y tecnológicas. “Ayuda a la gente a ir más allá de su zona de confort”. Antes, explica, en la vida de los griegos lo más importante era conseguir un empleo seguro con el gobierno. Las estrategias arriesgadas de negocios eran consideradas como algo para gente un poco loca. Eso está empezando a cambiar. Ahora los padres traen a sus hijos a talleres en el Cubo, porque obviamente los trabajos en tecnologías de la información (IT por sus siglas en inglés) son mejores para el futuro que el tipo de trabajo que la gente acostumbraba a hacer. Es evidente que Maria ya ha relatado esta historia muchas veces. Me lo cuenta, pero para nada aburrida con repetirse, sino con el tipo de intensidad de las personas que tienen una misión y que puede hablar durante un largo tiempo sin respirar, gente que necesita convencer a inversores, que tiene que buscar sus oportunidades con burócratas, y que está intentando lentamente, poco a poco, plantar una idea en la gente que empezó pensando que era un disparate. La idea de que Grecia puede gestionar sus problemas económicos usando conceptos nuevos y poco convencionales.

En la planta baja, una pareja de españoles dedicados a IT está instalando unos cajeros para bitcoins. La moneda virtual ha sido de una gran ayuda porque no está afectada por los controles de capital y puede ser transferida en euros — lo cual significa que el dinero puede enviarse de esta manera, lo que de cualquier otra forma sería imposible–. Tanto lo virtual como lo no-virtual están combinados de la forma más bella en el Cubo, como es lo habitual en la escena de las startups.

Mucha gente joven ha reaccionado abandonando la ciudad y mudándose a los terrenos de sus madres, padres, abuelas y abuelos, donde producen bienes de lujo que a su vez son distribuidos mediante nuevos canales de servicio. Hay gente haciendo mucho dinero, a veces en lugares tan remotos como Dubái.
¿Una gota en el océano, demasiado pequeña y virtual para conseguir sacar a la economía griega de la depresión? Es lo que la mayoría piensa, pero puede no ser verdad, como la noción actual de que nada en Grecia fue nunca competitivo. “Los griegos están haciendo ahora más dinero desarrollando apps que vendiendo aceite de oliva”, dice Christos Katsoulis. Hace dos años se publicaba un estudio que listaba diez rayos de esperanza para la economía griega, y que incluía la industria de alta tecnología, las energías renovables, la agricultura sostenible y, por supuesto, el turismo. Pero parece que ese optimismo se ha esfumado hoy en día. “El gobierno necesita un plan, los ministros de la Eurozona necesitan un plan, pero no hay ningún plan”, dice Stavros Massinis, el socio de Maria. “La esperanza de los últimos tres meses se ha desvanecido en el aire”. Y añade que esto es más que el simple síntoma de la crisis económica, es una crisis nacional, una crisis emocional y mental que hace todavía más difícil de resolver la económica.

Los amos de la Eurozona deberán con el tiempo hacer frente a la pregunta de si apisonar los primeros brotes verdes de esperanza solo para demostrar a un gobierno recalcitrante quién es el que manda fue o no una política miope. Deberán preguntarse a sí mismos si pagarán el mismo precio que pagó Brezhnev poniendo fin a la Primavera de Praga, en otras palabras, una población pasiva combinada con una depresión económica y mental de larga duración. Esta esperanza era aquello tan único acerca de la victoria de Syriza en las elecciones. De repente todos, incluyendo aquellos que no habían votado por el partido, se vieron inmersos en una ola de optimismo. Todo el mundo pensó que Tsipras y su gente, aunque fuese de izquierdas, eran, lo que es más importante, jóvenes, gente moderna que sería la única capaz de echar al viejo sistema corrupto. O, para ponerlo de otra forma, la izquierda podía ser el agente de la modernización.
Este era el estado de ánimo al que se estaba ya denominando la “Primavera griega”, pero esta primavera ha sido ahora interrumpida. La esperanza no ha desaparecido por completo pero los espantosos días de las últimas semanas le han asestado un salvaje revés. Y no está claro qué planes tiene el Gobierno de Syriza para modernizar el país – ya que la atención de todos ha estado centrada en la esperanzas de poner fin a las políticas de austeridad. No fueron capaces de diseñar una sociedad que fuese a la vez más eficiente y más justa. Ya es hora, a pesar de la obstrucción por parte de “socios” de la Eurozona de proponer unos cuantos planes ambiciosos. “¿Qué estuvieron haciendo todo el tiempo en la oposición? ¿No hicieron ninguna preparación?”, se queja Stavros.

Atenas es una ciudad con muchas caras. Por una parte, suburbios calurosos con tráfico atronador sobre sus anchas carreteras; por otra, desaliñados, cosmopolitas barrios hipster como Exarchia, además de los imponentes barrios de las clases adineradas en el centro de la ciudad, y solo a unos metros de distancia reducidas zonas dominadas por edificios de una planta donde artistas, vividores y comerciantes chinos viven junto a tenderos griegos; y zonas de gente normal y corriente como en los alrededores de la parada de metro Agion, que al igual que Brooklyn, son como un pueblo dentro de una ciudad. En la calle Sarri, gigantes grafitis crean para Atenas una galería de arte, y es esta también la ubicación de la sede del Instituto Nicos Poulantzas. El Instituto Poulantzas es una fundación sin ánimo de lucro con el objetivo de promover los valores de la izquierda, una especie de foro para intelectuales del partido.
Estoy aquí para conocer a Einstein.

Por supuesto, Einstein no se llama realmente Einstein, solo que se asemeja a Einstein con su largo y rizado pelo cano, y bigote. En la vida real se llama Haris Golemis y es el director del instituto, uno de los principales pensadores de Syriza y también un miembro del comité central. Haris se encuentra desanimado porque está absolutamente convencido de que ha comenzado una nueva fase en la historia de Syriza, y nadie sabe qué giros tomará esta historia. Lo único seguro que se sabe es que el partido deberá hacer las cosas de manera distinta a los cinco meses anteriores. “Puede que fuésemos víctimas de un cálculo erróneo”, dice. “Sobrestimamos nuestras posibilidades de implementar un programa de anti-austeridad dentro de una Eurozona gobernada por el neoliberalismo. Y sin duda subestimamos la balanza de poder existente y el poder hegemónico de Alemania. Quizás nuestra retórica también se interpusiera en nuestro camino, la misma retórica que nos aupó al poder. Pero principalmente,” continúa, “nunca llegamos a pensar, siendo francos, que al final de las negociaciones con nuestros socios de la UE, nos dirían ‚u os rendís por completo o destrozaremos vuestro país‘. No habíamos pronosticado eso, que algo así pudiera ocurrir en Europa. Y eso es para lo que no estábamos preparados.”

Gente como Golemis y la mayoría de los que toman las decisiones en Syriza que he conocido en los meses recientes son extraordinarios en su falta del fanatismo rígido que he encontrado con frecuencia en la izquierda, casi todos ellos tienen un carácter reflexivo que algunas veces parece incluso una falta de seguridad en sí mismos. Es este carácter reflexivo lo que parece impedir que los conflictos y diferencias de opinión en el partido vayan a más en esta difícil situación. “Obviamente, el partido no se encuentra en buena condición”, dice Haris. Aún no habla de escisiones, “por supuesto, hay gente que piensa que un gobierno que cede y firma un acuerdo así con la infame troika ya no merece ser respaldado, y hay otros que piensan que los diputados que votan en contra del primer ministro en tales circunstancias, en lugar de apoyarle, no tienen un lugar en el partido”.
Haris es ese tipo de político contemplativo, al que casi se le puede ver pensar en tiempo real. Plantea su argumento, para después interrumpirse a sí mismo. “Siempre fuimos un partido al que le ha gustado discutir las cosas y ese pluralismo es ahora parte de nuestra identidad y nuestra fuerza. Pero no es fácil continuar de esa manera durante una crisis, especialmente en el gobierno, donde se han de tomar decisiones dolorosas…” .

Tomo el metro hasta Piraeus, hacia el puerto, y me subo a un taxi hacia Pirraiki, una vieja ciudad costera; no lleva ni treinta minutos llegar desde el centro de Atenas a la playa. Me siento en las rocas y pienso sobre esta revolución singularmente confusa, que por supuesto no es en realidad una revolución, sino un desbordamiento de energía que está intentando convertir Europa en algo completamente diferente y que está ahora en el pensamiento, aunque ciertamente no sean pensamientos estériles. Por supuesto, esta es solamente otra instantánea. Hace una semana la gente andaba todavía conmocionada y ahora parece estar perceptiblemente distinta, con muchos diciendo cosas diferentes a lo que decían el día anterior. En estos momentos de la historia, la gente piensa emocionalmente, aun cuando la emoción no dure mucho. ¿Quién no ha experimentado algo similar en su propia vida? Exacto, todos lo conocemos perfectamente.

Syriza y los griegos son parte de la Unión Europea, pero no son tan solo una parte; durante bastante tiempo han sido todo aquello de lo que la gente ha estado hablando, son una parte y al mismo tiempo son el centro, y por tanto también el problema sobre el cual has de tener una opinión. Pero ni tan siquiera esto es correcto del todo. Desde que Syriza ha estado gobernando, no han sido solamente el problema central, han sido algo así como el test litmus, literalmente el factor decisivo, y el propio conflicto. Por ejemplo, el conflicto entre la austeridad y el keynesianismo representado con una regularidad cuidadosamente despolitizada siempre y cuando fuese la ya familiar controversia intelectual, pero cuando se trató de Grecia repentinamente se convirtió en una lucha de seriedad mortal. O, expresado más sencillamente, casi habíamos olvidado lo que era una guerra ideológica en nuestra mimada y despolitizada zona de confort hasta que se formuló la pregunta de los 64.000 dólares, “¿Qué piensa usted de Syriza?”. Ahora estamos reaprendiendo lo que diferencias básicas de opinión pueden implicar. Esto no es algo malo, pero le pesa a Tsipras y a su gente con una carga que apenas se les puede pedir sobrellevar. Naturalmente, ganan importancia, pero al final del día, simplemente son el gobierno de una pequeña nación golpeada por la crisis, cuya población no está muy interesada en ser convertida en un ejemplo, como espectadores en un conflicto global entre la derecha y la izquierda, sino en tener como objetivo llevar una vida tolerablemente buena, y sí, quizá tener de nuevo algo parecido a un futuro.

El conflicto en Grecia es también un ejemplo de cómo Europa está implementando un régimen autoritario, de cómo la presión y la amenaza se usan cada vez más para crear un clima de miedo, con ultimátums, “tómalo o déjalo”, intimidación y miedo a la catástrofe, sirviendo al objetivo concreto de empoderar a los titiriteros del Eurogrupo, que disciplinan a gobiernos indeseados y también disciplinan a ciudadanos recalcitrantes, y les hacen pagar cuando han tenido la temeridad de votar de forma incorrecta. Esto es lo que está sucediendo ahora en Grecia en su modo más tosco, pero la próxima vez que los primeros ministros europeos vuelvan de una sesión de emergencia que dure toda la noche y cuenten a sus parlamentos que o aceptan inmediatamente o el cielo se les caerá encima, será entonces solo un ejemplo menos obvio de este estilo de gobierno, que destruirá la democracia. En su lugar es una democracia sin apenas parlamentarios; una democracia que durante mucho tiempo ha subsistido sin ciudadanos.

Esta negra utopía de gobierno autoritario vertical, esta distopía, que está ahora conectada al nombre de Wolfgang Schäuble, es mucho más que una simple revancha política, como hace patente el drama vivido en los meses recientes, expuesto en su forma más pura, a la intemperie y sin pudor alguno, pero, por supuesto, no es algo limitado solo a los griegos. Cualquiera de nosotros europeos podríamos ser los siguientes. O, parafraseando a Ernst Bloch, es ser un Entstellung zur Kenntlichkeit –“cambiado hasta el punto de reconocimiento”– el verdadero carácter del mandato actual revelado mediante el capitalismo de la crisis constante. En este capitalismo, las élites gobernantes sienten cada vez menos la necesidad (o son cada vez menos capaces) de pacificar a sus ciudadanos con buenas noticias para poder gobernar con consenso. El capitalismo de la crisis se está convirtiendo en “estatismo autoritario” tal como lo ve el análisis de Nicos Poulantzas, a cuyo nombre hace honor el Instituto Poulantzas, una figura legendaria entre los teóricos griegos de la izquierda y un contemporáneo de Foucault y Althusser.

Una característica de esta forma contemporánea de gobierno es que habitualmente viene bajo el suave disfraz del tecnócrata, el pragmático que tanto se pavonea como se arrastra. Se pavonea con el hecho de imaginar que es el único modo de gobierno, y pretende tildar el resto de políticas de “anticuadas”; y se arrastra al presentarse a sí mismo como el que hace simplemente lo que es posible, sin mayor visión ni toque de imaginación.

No es de extrañar que esta manera de hacer política chocara de cabeza con la de Syriza, o que pretenda desacreditar a Syriza como “populista“. El populismo no es una lógica política entre una selección de otras lógicas políticas, es en esencia “la lógica política”. La lógica tecnocrática no es una lógica política alternativa, más bien es una lógica apolítica que ya no permite a la gente ordinaria un lugar en la arena política, es una manera de negarles la voz a los ciudadanos que están siendo gobernados. Esta es la base de la extrañamente cercana relación entre pragmatismo y autoritarismo. El pragmatismo no requiere la participación de los ciudadanos, ya que estos simplemente estropearían las cosas. “Podemos ver el populismo como un modo de constituir la propia unidad del grupo”, escribió el teórico político argentino Ernesto Laclau en su libro La Razón Populista. La ciudadanía a la que apela el populismo no existe todavía, es creada por el populismo. Es, de algún modo, unificada gracias al populismo.

El populismo no seduce a todos los ciudadanos, al populus, en su lugar seduce a la plebe, a los necesitados, a quienes no se ha escuchado antes. Pero es más que eso, es una operación política que reivindica que la plebe “es el único populus legítimo” (Laclau), y que es esa gente la encargada de articular los derechos democráticos sociales desde la gente normal hasta las élites y los oligarcas. El populismo es “la voz de aquellos que fueron excluidos del sistema”. Crea una relativa identidad entre grupos heterogéneos, aquellos grupos que se sienten identificados. El populismo, entendido en estos términos, es una estrategia de (anti-)autoridad resistente contra la hegemonía de la postpolítica neoliberal. Según Laclau, solo el populismo “es político…; el otro tipo implica la muerte de la política.”

Es este retorno a las convicciones políticas lo que las élites neoliberales temen. Nadie lo ha expresado en términos tan precisos como el presidente del Consejo Europeo, Donald Tusk, el hombre que al finalizar la larga noche en Bruselas consiguió, junto al presidente francés François Hollande, negociar un compromiso entre Angela Merkel y Alexis Tsipras. Después de haber recuperado los atrasos de sueño, Tusk citó a un grupo de periodistas cuidadosamente escogidos y les dijo: “Me asusta realmente el contagio ideológico o político, no el contagio financiero, de esta crisis griega. Para mí, la atmósfera es algo similar a la Europa de después de 1968. Puedo sentir, no ya un ánimo revolucionario, pero algo como una impaciencia extendida. Cuando la impaciencia se vuelve no ya un sentimiento individual sino social, es el prólogo de las revoluciones.”

Lo que asusta a Tusk es realmente un desafío para todo aquel que quiera salvar la Unión Europea de sus élites. ¿Cómo es posible convertir esta impaciencia en pragmatismo, sin desmoralizar a tu propia gente con los pequeños detalles? Este es el desafío al que se enfrenta ahora Alexis Tsipras, y cómo salga de él determinará el futuro de su gobierno [Este domingo se celebran elecciones legislativas en Grecia]. Todos estamos confrontados al reto de organizar este contagio del que Tusk tiene tanto miedo. Porque, si los últimos meses han demostrado algo, es que Grecia solamente es, desde un punto de vista, la charca en la que se ha librado este conflicto hasta ahora. Pero la batalla naval no se ganará en una charca.

La batalla se ganará de algún modo –si se gana– pero no está realmente claro qué significa este „ganar”. Todavía estoy pensando en una cita de George Orwell y, ya que un reportero de verdad nunca viaja sin uno de los libros de este gran reportero, tengo el pasaje a mano. “La mayor dificultad de todas es el hecho”, escribía Orwell tras la primera victoria del Labour Party, “de que la izquierda está ahora en el poder y está obligada a asumir responsabilidad y a tomar decisiones genuinas. Los gobiernos de izquierdas casi invariablemente decepcionan a sus seguidores porque, aun cuando la prosperidad que han prometido sea realizable, siempre hay necesidad de un periodo incómodo acerca del cual nos han hablado poco de antemano“.

Traducción de Manuel Martínez.

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